domingo, 26 de abril de 2009

Por Marco Antonio de la Parra

Domingo 26 de abril de 2009

EL OJO BIZCO

Tomar asiento

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Hace poco tuvimos la grata experiencia de ver un grupo joven capaz de levantar un espectáculo original, bien escrito y bien actuado y que, además, hace reír. Una mezcla más bien excepcional en nuestro teatro: risa y calidad; carcajada franca y penetración sociológica. Me refiero a "Percápita", escrita y dirigida por Cristián Marambio, una pieza de escritura fragmentaria y eficaz, con actores nuevos en un nivel muy homogéneo entre los que destaca Paola Lattus, a quien los cinéfilos recordarán junto a Alfredo Castro en "Tony Manero". La obra ilustra el "sistema" actual de vida en la oficina, y la supervivencia cruel en tiempos de crisis, con despidos y deudas. Montada al estilo de Schimmelpfenning, un dramaturgo alemán aplaudido internacionalmente, sobre todo en la Muestra de Dramaturgia Europea. Su gran éxito mundial es "Noche Árabe" objeto reciente de una eficaz puesta en escena a cargo de profesores de la Finis Terrae. "Percápita" hace reír y pensar. Eso -y un precio razonable- explica la alta asistencia, sobre todo de gente tanto o más joven que el elenco. La sala es parte del nuevo circuito de Ernesto Pinto Lagarrigue, entre Dardignac y Antonia López de Bello. Una sala emergente y, como tal, con los problemas crónicos del teatro chileno. ¿Qué lío tenemos con las butacas? Es cosa de entrar a gran parte de las salas de teatro, y encontramos las graderías aquellas;las sillas apilables, algo que se parece a butacas pero no lo son. Pienso en Matucana 100, por ejemplo, o en las remozadas butacas del Teatro Antonio Varas, o en las más trajinadas de la Católica y La Comedia. Todas ofrecen espacio para sentarse sin hacer equilibrios con la columna. ¿Cómo competir con el cine, que cada vez más parece un espacio tipo Business donde nada impide que a muy corto plazo muestren las películas en 3D, con sillones ultra reclinables y servicio de champaña al asiento? Hoy se come decididamente dentro de los cines, y las comodidades empiezan a parecerse a estar en casa climatizados, abrazados por la felpa y con pantalla gigante. Por ahí, los cines arte se defienden con butacas menos ostentosas, marcando el justo deslinde donde empieza el asiento de sala de teatro. Tal parece que aquel que tiene gustos más refinados, ya sea cinéfilos de nota los que persiguen películas como "Mi hermano es hijo único", notable y sentimental o aficionados al teatro de vanguardia, deberán aceptar filas estrechas, asientos incómodos, tapizados viejos, espacios apretados, ausencia de respaldos y las mentadas graderías que no se sabe cómo evacuar en caso de emergencia. La cosa ha mejorado con respecto a unos años atrás, donde lo raro era la butaca y lo habitual la gradería. Épocas pre Fondart, pre gestión cultural. Hoy la preocupación por el espectador comienza a notarse . Dicen que, en una sala con butacones como los del auditorio de la Telefónica la gente se queda dormida. Dependerá del espectáculo, digo yo. O quizás el teatro necesite un espectador en el borde de un tablón, que sienta el riesgo de caer dentro de la escena, y salga de la función recordando esa noche de gloria por encima de los tormentos físicos sufridos, sobre todo los más maduros. ¿Serán la cinefilia y la teatrofilia un pecado a castigar? Años atrás En Buenos Aires, vi cine arte en sillas de paja. Y vi teatro en sillas de mimbre en El Aleph. Grandes obras las vi sentado en graderías, y actué frente a gente instalada en tablones. Ingratas graderías: hasta los estadios están más cómodos. La alta cultura no puede ser tan castigada. Digo yo.//LND 

* Director de la carrera de Literatura de la Universidad Finis Terrae.




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